Dicen que si estás en sintonía con aquello que deseas, el universo encuentra la manera de hacértelo llegar.
Estaba pensando que ya es momento de inscribirme a una carrera. Hace tiempo, cuando corría todo el tiempo, me sabía todas las carreras del año. Incluso las publicaba aquí en un calendario. Me gustaba empezar el año con «Duendes del Valle», a inicios de la primavera. Era como una bienvenida, un despertar después del invierno.
En mi búsqueda pensaba que, tal vez, algún día volveré a correr un medio maratón. Abrí la página de la «Carrera Tarahumara» y hasta hice cuentas de cuántas semanas faltaban para calcular el entrenamiento.
Esa noche me fui a dormir temprano, para aprovechar lo poco que dormiría. Iba a tomar un vuelo de trabajo por la madrugada y sabía que me iba a costar levantarme si no lo hacía.
Llegando al aeropuerto, todo iba bien hasta que, ya habiendo abordado, nos avisan que, por revisión de mantenimiento, el vuelo iba a demorar. Yo tenía que alcanzar una conexión y me iba a costar llegar a tiempo con el retraso.
Por fin salimos y, al llegar a mi destino, sabía que el tiempo estaba muy apretado. No tenía alternativa más que correr.
Traía puestos unos tenis, pero no eran tenis para correr. Incluso estaban mal abrochados. Cargaba mochila, abrigo, bolsa y maleta. Eso no me iba a detener.
En los primeros metros me adelanté lo suficiente para ser la primera de mi vuelo en llegar a migración. Pero, antes de mí, ya había otras 300 personas en fila. La cosa se ponía difícil. Me quedaban aproximadamente 30 minutos para que cerraran el abordaje y 45 para el despegue.
Cuando llegó mi turno en migración, quedaban cerca de 10 minutos para el despegue. Era hora de arrancar la segunda carrera. Bajé las escaleras eléctricas como si fueran una carrera de obstáculos. Corrí a toda velocidad hacia seguridad. Todo estaba en la línea. En mi mente pensaba: “Sí, la voy a hacer”, como para convencerme de que lo iba a lograr.
Llegó la hora de la tercera carrera: de seguridad a mi terminal. Tomé mis cosas y, por última vez, arranqué a toda velocidad. Esta vez ya me dolían las piernas. Y los pies. Y, por el peso de mi mochila, también la espalda. Se me acababa el aire. A lo lejos veía el número de mi terminal y bajé la velocidad porque no podía más. Tomé aire por un segundo y volví a correr.
Cuando llegué, la persona en el escritorio dijo mi apellido.
“Yes!” contesté, tratando de recuperar mi respiración.
“It’s closed”, respondió.
Por un momento no pude decir nada. Ni siquiera podía hablar.
Acababa de correr no sé qué distancia, a no sé qué velocidad, pero para mí se sintió como acabar un maratón. Excepto que no hubo medalla.
La vida, la vida. Cuando menos te das cuenta, llega tan abruptamente para cumplir tus pensamientos y los convierte en deseos. Hace poco hablaba de las batallas que llevan tiempo, y aquí estoy ahora hablando de que los deseos se cumplen más rápido de lo que queremos. No siempre como queremos, eso sí.
Y bueno, por ahora puse en pausa la búsqueda de la carrera que quisiera correr. No vaya a ser que, en una de esas, se convierta en otra carrera que no tenía pensado correr.
Felices trotes :)
Por cierto, si te gustaría recibir mis historias en tu correo, suscríbete aquí:


Deja un comentario