McQueen es, como muchos saben, mi adoración. La semana pasada fue su segundo cumpleaños, lo cual lo convierte en un adolescente. Se cree capáz de todo y no le tiene miedo a nada, le encanta la atención y le ladra a todo y todos. Es un incansable olfateador que intenta descubrir el mundo con su nariz.
Desde que era un bebé, decidí que McQueen sería un buen compañero en la pista por su tremenda energía. Mackey, es exactamente igual a mí en lo que ser corredor se refiere. Somos corredores recreativos. Nos gusta la velocidad y nos atrabancamos en la primera oportunidad de acelerar. Y pronto nos damos cuenta que nos emocionamos antes de tiempo y terminamos agotados.
Hace tiempo que no salíamos a correr como lo hicimos hace unos días y quise darle una lección sobre la velocidad. La escena es algo así, suena el disparo en las carreras y no hay motor que no acelere al máximo. Y así es como sale, disparado. Y yo… pues aguanté su paso por los primeros minutos y fui arrastrada por las banquetas. Me llevó por donde quiso. Pero tan pronto logré agotarlo, la historia se volteó. Por más que jalaba la correa, ya no podía más. Su lengua de fuera, goteando de sed. Luego nos sentamos en el parque para descansar y se estuvo quieto por un momento. Parecía que me decía, nada más déjame recupero el aire y ya verás. Luego regresamos a casa cansados, pero contentos.
Aquí les dejo una foto de mi sonriente campeón.
Felices trotes :)
En mi iPod: Flaws – Bastille